Estaba en su cuarto con la luz apagada, sentado en su cama, con la mirada perdida. Le había dejado ese dolor que tenía debajo del corazón, entre las costillas.
Ese dolor que había estado tanto tiempo, tantos años, y que tenía como origen a una persona. Sí, esa persona a quien Iván creía amar, pero que hasta ahora no se lo había podido decir. Callaba por miedo a perder aquellas cosas sin valor como el respeto. Por callar, el dolor se había hecho demasiado fuerte, pero se calmaba cuando aquella persona estaba a su lado, para después regresar y no sólo seguir tan fuerte como antes, sino que hasta llegar a desgarrar.
Sin embargo, ahora se habría ido de él y él mismo parecía también haber abandonado su cuerpo. Al parecer se había producido una desconexión entre su alma, espíritu o como lo llamen, y su cuerpo. Ahora, esta desconexión estaba produciendo una conexión entre la habitación y otro mundo, otras energías, otros seres. En la pared que estaba en frente de Iván, a la que deberían estar mirando sus desviados ojos, surgían decenas de manos con largos dedos y uñas. Poco a poco se dejaban ver más los cuerpos de esas criaturas de figuras parecidas a las de los humanos, pero estaban llenos de cortes y sicatrices. Uno de esos seres tenía entre sus manos una especie de lanza.
Iván aún seguía ido hasta el instante en que la lanza se hundió debajo de su corazón, en donde antes estaba aquel dolor. Entonces, veía el palo traspasándole, la sangre escapando lentamente de su cuerpo y criaturas acercándosele. El nuevo dolor era mucho más fuerte que el anterior y por eso no podía resistirse a disfrutarlo. Estaba tan estimulado por el dolor que pensó que se había enamorado de la criatura que le introdujo la lanza. Cada uno de sus músculos se tensaban, mientras que las criaturas lo desgarraban. Él aceptaba que lo que le estaba sucediendo era producto del amor, y así lo entendió hasta el último, hasta ser desgarrado y devorado totalmente su corazón.
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